miércoles, 16 de marzo de 2016

"La ruta del ébola empieza en nuestros coches" 

Desde hace un par de años han sido numerosas las noticias sobre productos alimenticios que tenían una ingente repercusión negativa en el medio ambiente. Asociaciones ecologistas han intentado desenmascarar el trasfondo de productos como Nestlé o Nutella, y el boom mediático que ha tenido en las redes sociales ha sido algo que ha exacerbado a las grandes compañías, que observaron con estupefacción cómo su negocio corría un grave peligro (Ver link al final de la entrada). Un millón de comentarios negativos en Facebook, un millón de comparticiones en los muros personales denunciando la situación… y fin. Después de contribuir con nuestra sublevación ante la barbarie de las grandes empresas y su poco corazón y quedarnos con la conciencia tranquila, hemos seguido consumiendo estos productos como buenas marionetas pasivas de este sistema capitalista. Cuando las noticias dejaron de serlo, todo volvió a la normalidad y los desastres naturales quedaron relegados a un plano oculto. Sin embargo, los problemas seguían ahí, perfectamente visibles para quien tuviera la valentía de abrir bien los ojos y mirarlos de frente.
Seguimos creando destrucción. Esta afirmación, aparentemente contradictoria en un principio, cobra sentido cuando se investigan las causas de las enfermedades como el ébola o la malaria. Es evidente que nos sentimos apesadumbrados por las miles de personas que están muriendo en África afectadas por estos virus. Pero por supuesto, “no es nuestro problema”. El problema llega cuando una mujer española está infectada, y por ende, puede contagiar el virus al resto del “primer mundo”. La hegemonía mundial que creemos tener, el considerarnos “ciudadanos de primera” se observa perfectamente en este caso. La enfermera infectada es tratada con celeridad y los medios de comunicación no dan abasto para cubrir minuto a minuto de su estado de salud. Y, mientras tanto, miles de personas y animales muriendo por un virus que no han creado ellos, sino nuestras grandes empresas occidentales, que al colonizar ambientalmente grandes zonas verdes africanas y plantar extensiones de miles de hectáreas de aceite de palma, consiguen incrementar su montaña de billetes a la par que disminuir la vida de los seres vivos que por desgracia, se encuentran en el medio. 


No somos capaces de renunciar a lo que creemos que es nuestro. Y es por ello que preferimos seguir alimentando un sistema tan capitalista que roza lo absurdo para seguir estando cómodos en nuestro “primer mundo”, con nuestros coches y nuestros productos elaborados por empresas a las que no les importa en absoluto seguir destruyendo nuestra casa. No tenemos ningún problema inmediato, y ese es el gran fallo. Cada vez que vemos en televisión que una nueva enfermedad azota África o que se ha producido un nuevo tsunami en alguna parte del mundo (lejana) nos afecta mientras dura la noticia en la televisión. Somos conscientes del pasotismo en el que vivimos, pero se nos pasa enseguida porque todavía no ha llegado aquí la destrucción que nosotros y nosotras estamos creando. Pensamos que el capitalismo, que nos ha aportado tantas cosas (casa, alimentos) podrá resguardarnos cuando nuestras barreras de protección fallen, cuando los problemas sean tan inmensos que no podamos seguir cerrando los ojos, cuando nuestra casa deje de satisfacer nuestros caprichos como había hecho hasta ahora. O, directamente, cuando nuestra casa sea inviable para vivir.
Naomi Klein no podría haber estado más acertada con el título de su último libro: verdaderamente, estamos en la época del Capitalismo contra el clima.
Porque no somos conscientes de que el dinero no servirá para nada cuando no quede en el planeta nada más que fajos y fajos de billetes verdes.

Link: http://www.ecologistasenaccion.es/article20061.html

                                                                                    Selene Casal Álvarez

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